La personalidad de esta artista nacida en Miami hace 34 años y residente en París desde hace quince es de las que trascienden géneros e influencias. Basta escuchar el sensacional Mélusine (2023), su séptimo álbum: un trabajo inspirado en el cuento medieval del mismo nombre, que combina cinco composiciones originales con la recreación de nueve piezas tradicionales – compuestas en su momento por Leo Ferré, Charles Trenet o Véronique Sanson–, cantadas en inglés, francés, occitano y criollo antillano. Un disco que conecta culturas, territorios y épocas diferentes con una destreza sin parangón. Y es que mucho se habló en su momento de Sarah Vaughan, Bessie Smith, Ella Fitzgerald o Billie Holiday, cuando Cécile McLorin Salvant irrumpió en la escena internacional hace poco más de una década, pero nada sería lo mismo sin ese toque de magia, ese condimento particular que ella añade a todo lo que toca, y que transpira tanto en sus versiones como en sus composiciones propias. Los tres Grammy que ha obtenido tampoco explican por sí solos su grandeza a la ahora de somatizar lo mejor del jazz, del blues, de la música barroca y del folk en una fórmula única, rebosante de hondura, aliento literario y compromiso social y humanitario. Ella es una artista total (también con destreza en la pintura y al arte visual), dotada de una sensibilidad especial. Única.