Cuenta la leyenda que Amaro Freitas quería un piano cuando tenía quince años, pero las estrecheces económicas de su familia lo impedían, con lo que estuvo un tiempo ensayando con un teclado imaginario. Fue justo después de descubrir a Chick Corea, uno de sus máximos inspiradores, junto a Keith Jarrett o Thelonious Monk. Un momento que le cambió la vida. También se hizo admirador de Moacir Santos o Hermeto Pascoal. Pronto se convirtió en un virtuoso. Y se destapó como una de los grandes valores del jazz brasileño por su forma de acoplarlo a las sonoridades de Pernambuco (los ritmos afrobrasileños del maracatú, del frevo y del baião), la región de la que procede, dotada de un vastísimo acervo musical.
Son tres los discos que alumbran la carrera de este músico nacido en Recife en 1991: Sangue Negro (2016), Rasif (2016) y Sankofa (2021). Este último lo define él mismo como una forma de “volver a las raíces para descubrir el potencial que nos mueve hacia adelante”. No hay mejor modo de definir su forma de conciliar los sonidos tradicionales de su tierra con las enseñanzas del post bop.